domingo, 23 de febrero de 2014

UNA RAIZ BOA

UNA RAIZ BOA
Por Francisco Cadrazco Díaz
Escritor Caribeño Colombiano.


Salió Gibbo bien temprano para la montaña, montado en su burro prieto a cortar una carga de leña cuyo valor en el mercado era de $4.oo pesos, ese dinero servia para el sustento diario de su familia.

Como siempre hay un día bueno y otro malo en la vida, sofocado de la faena, se quitó su sombrero concha de coco, se sentó en una inmensa raíz de ceiba a echarse fresco con el sombrero, sacó de la mochila un tabaco, le mochó con los dientes el lado ciego por donde lo iba a fumar, lo encendió con su mechera de aluminio con tapa amarilla y se sentó a inhalar su tabaco negro, con el fin de espantar los mosquitos.

Se fue reposando Gibbo, coloco su espalda  al inmenso árbol quedándose dormido, el tabaco se le cayó de la boca y comenzó a prenderse la hojarasca acolchonada, cuando ya cogió candela, sintió el caliente y el humo que lo estaba ahogando.

Al momento de levantarse de donde estaba sentado y apoyado en el gran árbol, sintió que la raíz de la ceiba se le movía muy despacio, creyó que era un temblor de tierra que son frecuentes en esa región, pero no, miró hacia donde terminaba la raíz y noto que del follaje salía una cabeza grande del color de las hojas secas, que al instante, comenzó a moverse toda la raíz de palo viejo donde Gibbo estaba sentado.

Bajo su mirada, atónito y confundido, la boa que medía 7 metros aproximadamente con movimientos lentos y pesados desarmo el lazo que tenía montado en el centro de su cuerpo para atrapar cualquier animal que se le atravesara, le huía a la candela, Gibbo miro hacia donde estuvo sentado por espacio de media hora y la raíz no estaba, había cogido viaje, acordándose de aquel refrán popular que dice: Con candela no hay viejo lerdo, esa boa tenía aproximadamente  unos veinte años de edad.

De inmediato tomo su machete, subió la leña en el burro prieto y se fue asustando para la casa, cuando llego no musitaba palabra alguna, le dieron una totuma de agua estilada de la tinaja de barro y cuando ya se había reposado le conto a su mujer lo sucedido, advirtiéndole a ella que no estaba seguro de lo que vio y decía.

Unos días después del suceso con la inmensa boa, una comisión de expertos en cogerlas para venderles el cuero, fueron en busca de ella acompañados por perros cazadores, muy pendientes del lazo cazador de la boa, porque el que cae en él, es triturado como maíz en molino nuevo, la encontraron debajo de las  hojas que en verano caían secas formándose un acolchonado al pisar.

El forraje de la boa era del color verde marrón y medía siete metros con cincuenta centímetros, pesó sesenta kilos, al abrirle su estómago le encontraron, cuatro terneros de seis meses, cinco conejos marrones y once pollos criollos de la finca cercana, que estaban desaparecidos, todos estos animales salieron caminando y las aves volando, la carne de la boa fue distribuida entre los vecinos de la etnia Zenu para hacer un guisado, apetitoso acompañado de un arroz con sumo de coco, típico de esa región.


El cuero lo vendieron y con el fabricaron, cinturones, bolsos y carteras, de las ganancias le dieron un porcentaje a Gibbo, para comprar y vender marranos al detal, él todavía no se repone del susto al acordarse que durmió plácidamente sobre una raíz boa. 

domingo, 16 de febrero de 2014

EL GRAN CAPITAN

EL GRAN  CAPITAN
Por Francisco Cadrazco Díaz
Escritor Caribeño Colombiano


En el conglomerado de la placita, del barrio el Prado en la Villa de San Benito Abad, salíamos con varios perros  cazadores, entre ellos el gran capitán, hacia las ensenadas de rincón largo y doña Luisa, sitios a las orillas de las playas de agua dulce, bañadas por el rio san Jorge, en busca de las manadas de Chigüiros o Ponches, para la subsistencia alimentaria en tiempos de escasez.

El gran capitán era un perro grande de colores negro con rayas blancas, parecidas a un lampazo de hamaca, ese perro estaba entrenado para ganarle una pelea a muerte a cualquier animal salvaje.

La odisea más grande protagonizada por ese fiero animal, sucedió en predios de la ciénaga doña Luisa, allí el capitán demostró cual bien entrenado estaba por su amo, para ayudar a conseguir con su fiereza una presa fresca.

Para esa época los chigüiros o ponches los había  en cantidades que pastaban en el pajonal por manadas de hasta veinte unidades. Ellos tienen la característica de internarse a comer hierba y por el camino por donde entraron se devuelven hacia la playa.

Con los perros entrenados  ubicábamos a la orilla de la playa y desde el pajonal les hacíamos bulla para que buscaran el camino de la playa, en ese instante entraban los perros a trabajar, en especial el capitán que venía enredado en la manada de Chigüiros y se tiraba al agua con los ponches y no salía a flote hasta que ganaba la pelea.

Remolinos de agua se formaban en la zona donde cayeron los ponches y el gran capitán,  que a peso de dientes iba eliminando chigüiros a diestra y siniestra.

Advirtiendo que el chigüiro o ponche es un esguazador con sus dientes, debajo del agua.

Traía el gran capitán un ponche en la boca y uno en cada pata, a los pocos minutos se bollaba hasta cinco más para un total de diez animales.

El capitan entro nuevamente al agua y duro dos horas undido, dijimos trae mas chiguiros, no trajo nada, venia rasguñado y con una horeja hendida en dos pedazos, nos quedo la incognita de que fue a buscar el gran capitan.

A los tres meses volvimos a la cienaga de doña luisa, pero el perro se negó a ir, del pajonal salieron cinco chiguiros, con la cara y el hosico de perro y el cuerpo de chiguiro.

Así era "El Gran Capitan, el amigo fiel".